Pero en secreto, nosotros seguíamos admirando esa forma de gobierno. ¡Ah, el dulce yugo de ser súbdito! ¡Cómo aligera la vida saber que podemos echarle la culpa a lo divino, y más si hay un representante terrenal del que podemos hablar en los cafés y en la cola de las tortillas!
Un día, el país entero se regocijó con una noticia: el rey vendría a visitarnos desde su lejano reino, para inaugurar el primer congreso internacional de la lengua.
Nos preparamos lo mejor que pudimos: remozamos aquí y allá, escondimos el hambre y pusimos banderitas en todos lados.
Y del cielo, como un ángel, llegó el Rey.
Después de inaugurar el Congreso, llevamos al Rey a una escuela, para que viera lo hermoso que pintaba nuestro futuro.
Días antes de que llegara Su Majestad, les habíamos dicho a los niños que tendrían el honor de ver a un Rey. Los niños se emocionaron: ¡Era como un cuento hecho realidad!
Ese día, Su Majestad llegó puntual a la escuela, en un lujoso autobús. Los niños, peinados, pulcros y con sus respectivas banderitas, miraban atentos a los que bajaban del moderno carruaje.
-¿Y el Rey? -preguntaron todos los niños al mismo tiempo cuando ya nadie bajó del autobús.
-¡Ahí está! -contestaban los maestros, extasiados- ¿Qué no lo ven? ¡Saluden!
Pero los niños solo veían puro hombre trajeado, gris, con poco cabello. Ellos esperaban un Rey hecho y derecho, con su capa de terciopelo, su corona con rubíes, zafiros y esmeraldas, y su cetro dorado. No encontraban realeza alguna entre las solapas, las corbatas y los ojales.
El Rey se dispuso a hacer lo que acostumbraba: alzar la mano para saludar, sonreír con gracia y mirarnos a todos con distinción. Pero eso no les alcanzaba a los niños. Nosotros les habíamos prometido un Rey, y les habíamos fallado. Pocas veces en la historia hubo una desilusión tan masiva, tan definitiva.
El Rey, como era de esperarse, debió regresar a reinar su reino. Y no supo, nunca jamás, que su investidura de alta costura les había roto el corazón a cientos de niños, que pedían, solo por esa mañana, que la fantasía fuera como la realidad.
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5 comentarios:
Pobres niños, ¡qué buen texto!
Hasta Mata ya le entró al rey. Mata matí mató.
Hasta tú sabes leer
Hasta Mata le entró a Billy Bud
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