La ola de calor se estaba poniendo cada día peor, y la Oficina de Secreciones era la más concurrida dentro del edificio del Departamento de Permutas Sensoriales.
Tomé una ficha y me senté en uno de los últimos bancos disponibles. Duros, de plástico, resbalosos. No había aire acondicionado ni ventiladores porque los trabajadores del Departamento debían cambiar su sudor por exceso de sangre que cada mes era obligatorio donar para la guerra.
La espera se escurría larga y pegajosa. Me abordaron dos hombres. “¿Y tú por qué estás aquí?” No me dejaron contestar, comenzaron a platicar juntos. “Yo quiero dejar de cagar, me tardo mucho y el baño está muy cerca de la oficina. Se oye todo. No sé por qué lo voy a cambiar, a ver qué opciones me dan.” “Yo vine a que me regresen mi olfato. Lo cambié porque estaba harto de oler pedos ajenos. En vez de olerlos escogí verlos. Pero no me dijeron que vería todos. Hasta los que se echan en la tele. Es muy desagradable.”
Dejé de poner atención. Yo no estaba ahí para dejar de sudar –o mejor dicho, para cambiar mi sudor por alguna otra secreción: lágrimas, saliva, orina…-, sino para hacer otro intercambio: dejar de sentir. Dejar de sufrir.
Tomé una ficha y me senté en uno de los últimos bancos disponibles. Duros, de plástico, resbalosos. No había aire acondicionado ni ventiladores porque los trabajadores del Departamento debían cambiar su sudor por exceso de sangre que cada mes era obligatorio donar para la guerra.
La espera se escurría larga y pegajosa. Me abordaron dos hombres. “¿Y tú por qué estás aquí?” No me dejaron contestar, comenzaron a platicar juntos. “Yo quiero dejar de cagar, me tardo mucho y el baño está muy cerca de la oficina. Se oye todo. No sé por qué lo voy a cambiar, a ver qué opciones me dan.” “Yo vine a que me regresen mi olfato. Lo cambié porque estaba harto de oler pedos ajenos. En vez de olerlos escogí verlos. Pero no me dijeron que vería todos. Hasta los que se echan en la tele. Es muy desagradable.”
Dejé de poner atención. Yo no estaba ahí para dejar de sudar –o mejor dicho, para cambiar mi sudor por alguna otra secreción: lágrimas, saliva, orina…-, sino para hacer otro intercambio: dejar de sentir. Dejar de sufrir.
3 comentarios:
guau, re-canijo escritor con todas sus letras.
Para dejar de doler, lo que se necesita es una aguja precisa: toca la fibra, aulla y ya, pasó.
Como no es lo mismo doler que sufrir, valga reivindicar las glándulas: el sudor y las lágrimas del sufrimiendo, pues las mismas glándulas sirven para el placer.
Muy bueno.
digo, sufrimiento. Este teclado...
Publicar un comentario