Este sábado hice dos cosas a primera vista cotidianas y mundanas:
Por la mañana fui a ver UP y en la noche fui al concierto de Café Tacvba.
Pero si le rasco un poco más profundamente, sé que ese fue un día muy importante para mí.
Desde hace un rato me siento perdido y con dudas sobre muchísimas cosas, pero estos eventos del sábado me ayudaron a ver más claramente.
UP me dijo que las dudas nunca se acaban y que mientras tanto uno hace su vida.
Y el concierto me dijo que hay tantísima gente parecida a mí. Que mi camino está alineado por el de muchos otros; y se cruzan y tienen puentes y hacen un ovillo palpitante, anudado a veces en momentos como el concierto, cuando Rubén o cualquier persona desde fuera nos hace ver el camino recorrido y el tiempo transcurrido.
Hace poco mi madre me dijo casi histérica que no entendía por qué yo me quería quedar en la ciudad. Y yo le contesté con calma:
“Cada vez escucho más la voz de mi generación. Y yo quiero estar ahí.”
Y me dejó en paz. No sé si soné pretencioso y egoísta y la verdad no sé si eso es lo que quiero. Tal vez nunca he superado ni superaré mis ganas enfermas de sentir que pertenezco a algo.
Pero por primera vez siento que si volteo a ver, no lo he hecho tan mal. La pertenencia es mi Cascada Paraíso. Debo relajarme, escuchar, no sentir que todo es personal, como si no hubieran habido otras cincuenta y cinco mil personas con sus propios problemas cantando Las Flores al mismo tiempo que yo.
Por la mañana fui a ver UP y en la noche fui al concierto de Café Tacvba.
Pero si le rasco un poco más profundamente, sé que ese fue un día muy importante para mí.
Desde hace un rato me siento perdido y con dudas sobre muchísimas cosas, pero estos eventos del sábado me ayudaron a ver más claramente.
UP me dijo que las dudas nunca se acaban y que mientras tanto uno hace su vida.
Y el concierto me dijo que hay tantísima gente parecida a mí. Que mi camino está alineado por el de muchos otros; y se cruzan y tienen puentes y hacen un ovillo palpitante, anudado a veces en momentos como el concierto, cuando Rubén o cualquier persona desde fuera nos hace ver el camino recorrido y el tiempo transcurrido.
Hace poco mi madre me dijo casi histérica que no entendía por qué yo me quería quedar en la ciudad. Y yo le contesté con calma:
“Cada vez escucho más la voz de mi generación. Y yo quiero estar ahí.”
Y me dejó en paz. No sé si soné pretencioso y egoísta y la verdad no sé si eso es lo que quiero. Tal vez nunca he superado ni superaré mis ganas enfermas de sentir que pertenezco a algo.
Pero por primera vez siento que si volteo a ver, no lo he hecho tan mal. La pertenencia es mi Cascada Paraíso. Debo relajarme, escuchar, no sentir que todo es personal, como si no hubieran habido otras cincuenta y cinco mil personas con sus propios problemas cantando Las Flores al mismo tiempo que yo.
3 comentarios:
Wow! El derecho legítimo a buscar la voz de tu generación, o de tu manada, debe incluirse en ese magnífico decálogo sobre el escritor incipiente.
Que, por cierto, si tiene tan claro lo que quiere y busca con su escritura, no es incipiente sino grande en potencia, que no es lo mismo.
Gran descubrimiento tu blog. Saludos!
¡Juar, juar! Mi hermana fue al concierto y dijo que Rubén exclamó: "Hay, muchachos, son un chingo".
Yo una vez, cuando estaba muy enojado recién que salí del diplomado, escribí en mi blog que "yo no pertenecía a ningún lugar". Pero ahora estoy seguro de que pertenecemos en los lugares y en las cosas que nos gusta.
Un abrazo.
Jaja, "Ven y díme todas esas cosas..." Ta'güeno.
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