No estaba seguro de qué esperar cuando llegara a Toronto. Nunca había estado a temperaturas bajo cero y algunos amigos se encargaron de asustarme poco antes de mi viaje.
Cuando sobrevolábamos la ciudad, veía las autopistas llenas de coches e incluso algún peatón. Así que pensé: “no debe ser tan insoportable”. Unos metros atrás de la puerta giratoria, todavía adentro, me forré: tres, cuatro capas de suéteres, mi gorro peruano y guantes. Entonces, salí.
El frío es un abrazo.
Te cubre por debajo del abrigo y te da mil besos en el rostro. Y sólo después te pone a temblar, te entume los miembros, te provoca dolor en la cabeza. Pero con tantas capas de ropa, se soporta, e incluso llega una sensación sabrosa. Un abrazo que te acompaña a donde quiera que vayas. Con razón no había casi nadie en la calle.
LA NIEVEIRA: ¿Y cómo te fue?
PABLO: Muy bien. Conocí la nieve. Al principio me trató bien, toda esponjosita ella. Pero a la hora de esquiar me maltrató. Traicionera.
IRA: Es que así es la nieve, una cabroncita toda blanca pero cabroncita al fin.
2 comentarios:
Dios bendiga a Twitter por recordarnos que es más sano practicar el ombloguismo en tiempos de excesivo trabajo.
:) Ay.
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