Era. Es.
Era un desierto hermoso. Sus dunas se desplazaban con lentitud ante los ojos pacientes del mortal, y los tibios atardeceres pintaban de lila sus arenas. Los lugareños, religiosamente admirados, le llamaban La Desierta.
Comenzaron a llegar turistas, cámaras de televisión. Durante los atardeceres, a La Desierta llegaba más y más gente. Cientos, miles de visitantes ansiosos del calor aterciopelado y la brisa rosácea que se percibían en la breve puesta del sol.
Los turistas, insatisfechos por lo efímero del goce y obligados a regresar a la ciudad, decidieron llenar botellas de plástico con la arena clara de La Desierta. Las dunas se extinguieron rápidamente y sólo quedó la piedra. Los lugareños dejaron de serlo y se fueron a sitios lejanos para sobrevivir. Los últimos visitantes detestaron el lugar: hacía un calor insoportable y el paisaje era desolador. Era un desierto horrendo.
De la piedra nació un arbusto y del arbusto una flor. Los insectos la multiplicaron y en un día o mil años –nadie lo sabe- el bosque frondoso era todo poder.
Comenzaron a llegar turistas.
3 comentarios:
todo un logro. mis respetos. me dejaste sin palabras y eso ya es decir.
La piedra, los minerales, las burbujas llenas y rebentadas por un tiempo incierto. Tu texto.
Tu sabes que lo mío, lo mío, es el turismo. Gracias por aleccionarnos.
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