jueves, febrero 22, 2007

EJERCICIO DE TEATRO, SIN TÍTULO


Sala de una casa. El PAPÁ está sentado, ebrio. Entra el HIJO con una cerveza.

PAPÁ: ¿Qué no tienes que ir a la escuela? Ya se te hizo tarde.

HIJO: Es domingo, papá.

PAPÁ: Ah…Entonces vete a ver el fútbol o ponte a hacer tu tarea.

HIJO: Hoy no hay partido y ya la hice. Puedes revisármela, si quieres.

PAPÁ: No, qué hueva…Pues haz lo que se te pegue la gana, pero vete, con tus abuelos, con tu mamá, con quien sea, pero ¡ya, a la verga, cabroncito!

HIJO: ¿Mamá? ¿Qué no te acuerdas de lo que le hiciste?

PAPÁ: ¿Qué? ¿Qué cosa?

HIJO: No, nada. Olvídalo. Y acuérdate que me habías mandado a traerte otra cerveza. Ten. Si te estoy molestando, ya me voy.

PAPÁ: Espérate, siéntate aquí conmigo.

HIJO: (Se sienta) ¿Qué estás haciendo?

PAPÁ: Esperando.

HIJO: ¿Qué? o… ¿a quién?

PAPÁ: …a… ¿a tu mamá?

HIJO: Pues yo creo que vas a estar esperando un buen rato.

PAPÁ: No me importa. Esa pinche vieja me debe unas cuantas.

HIJO: Unas cuantas, ¿qué?

PAPÁ: Estás muy chavo para saberlo.

HIJO: Bueno, si te estoy molestando, no me digas.

PAPÁ: Espérate, espérate. Sí te voy a decir…te voy a decir…a huevo que te voy a… ¿Qué te iba a decir?

HIJO: Que qué te debe mi mamá.

PAPÁ: Un chingo, cabrón. Si no es por mí no se sale del pinchurriento trabajo en donde estaba.

HIJO: ¿Cuál? ¿De maestra en la facultad de veterinaria o de subdirectora del zoológico?

PAPÁ: El zoológico, sí. No hacía más que prepararles la comida a los putos perros.

HIJO: ¿A poco te acuerdas?

PAPÁ: Claro que sí. Me acuerdo porque había unos perros estúpidos, yo creo que por tanto encierro. Estaban tan atarugados que nada más querían comer cebolla. Y tu mamá pique y pique cebolla para los perros y chille y chille por la cebolla. Por eso la saqué de ahí.

HIJO: ¿Y después?

PAPÁ: ¿Cómo que “y después”? Pues naciste tú, pendejete. Y pues ella tuvo que quedarse a cuidarte y esas cosas. Y para no distraerla pues le ayudé y le quité las comedias de la tele, sus libros aburridos y todo eso. Menos lo de la cocina, para que nos hiciera a nosotros de comer.

HIJO: ¿Y eran felices?

PAPÁ: Bueno, ¿qué esto es un interrogatorio o qué chingados?

HIJO: No, pues nada más quería platicar contigo pero si no quieres pues ni modo.

PAPÁ: Espérate, espérate. No te me pongas así.

HIJO: Así, ¿cómo?

PAPÁ: Así como se pone tu mamá. Se vuelve loca a veces. Por eso la tuve que encerrar en la casa. Por cierto, ¿dónde está?

HIJO: ¿Quién?

PAPÁ: Pues ella. Más le vale que no se haya largado porque no respondo.

HIJO: ¿No te acuerdas, papá?

PAPÁ: ¿Qué?

HIJO: Lo que le hiciste. Ella quería escapar. Yo la quise defender pero me pegaste y me desmayé.

PAPÁ: No, no es cierto. ¿O sí? No, eso pasó hace mucho y no lo volví a hacer… ¡No!

HIJO: Cuando desperté estabas llamando a la policía. Confesaste todo, colgaste y viniste a sentarte. A esperar.

PAPÁ: ¿Pero y tu mamá? ¿dónde está? ¿qué pasó?

HIJO: La mataste, papá. La mataste. Con esto. (Le enseña algo, de espaldas al público para que no lo vea)

PAPÁ: ¡Cállate! (Le pega al HIJO, quien se desmaya). ¡No me van a encerrar! ¡No voy a enloquecer! (Se clava el objeto en su vientre. Cae.)

El HIJO se incorpora. Mira el cuerpo.

HIJO: Pendejete tú. (Le quita el objeto del vientre. Es un cuchillo cebollero) ¡Mamá, ya!


TELÓN

viernes, febrero 09, 2007

Otro texto de mis tiempos uameros


El miércoles pasado fui con mi amada a la presentación de la novela más reciente de mi maestro de guión de cine, Enrique Rentería: La Noche del Pez (Tusquets, 2006). Por lo que pude percibir por un "vistazo auditivo" de un fragmento de la novela leído por Vanessa Bauche, el libro es un homenaje a varios escritores que han usado al mar como tema o como ambiente de sus propios escritos.

Y me acordé que yo había escrito un relatito hace mucho sobre un debraye del mar. Sé que no existe punto de comparación, pero, oh democracias electrónicas de la vida, éste es mi blog y puedo poner lo.que.yo.quie.ra. Espero les guste.
El Galeón
“Entre pairos y derivas,
por los mares de mi vida,
hoy me veo siempre
bogando a ti...”
Fernando Delgadillo


Todos los días a las seis menos cuarto de la mañana, me despierta la música de mi despertador, me levanto entre traspiés, me baño y arreglo, desayuno y me dispongo a ir a la Universidad.

Tomo un microbús en el que también casi siempre se suben dos o tres marineros con cara de que van a arreglar Asuntos Importantes en la Secretaría de Marina. El color azul de sus uniformes combinado con su gorrita blanca y redonda siempre me gustó. Desde que era yo un niño. Influencia del Pato Donald, supongo.

La presencia de los marineros en el microbús mezclado con el sueño matinal, inyecta en mi imaginación un poco de mar y lentamente comienzo a navegar a través del tráfico.

La calle se inunda poco a poco, y el ambiente se impregna de sal. Los autos pierden sus neumáticos y elevan sus velas, y el chofer se vuelve Capitán.

Legua a legua avanzamos a través de gruesas capas de niebla y olas violentas que algunas veces me marean y algunas otras hacen tirar a miembros de la tripulación, especialmente los que van de pie. Cada parada rescatamos a un náufrago o dejamos que alguien se pierda en su propia deriva.

Cuando subimos el puente de Tlalpan, puedo ver a lo lejos, justo al lado opuesto de Venus, una inmensa ola gris, y que en invierno se le nota un poco más de espuma en la cresta, que seguramente algún día dejará esa forma estática y nos cubrirá a todos con su sal de alta montaña.

A veces cuando logro sentarme cerca de una ventana sin vidrio, me olvido del frío y del esmog, y siento una brisa costera que me rejuvenece y me llena de energía para todo el día.

Es curioso ver cómo cada miembro de la tripulación iza sus propias velas: he visto piratas, doncellas apuradas y deseosas por ser rescatadas, Capitanes malvados –Garfio, Barbanegra, Ismael, los he visto a todos – e ingenuos mozalbetes esperando que el próximo puerto sea la Tierra Nueva, donde los aguardan playas vírgenes y sirenas hermosas con cofres repletos de perlas. Lo que es común entre todos nosotros es nuestra ansia por recuperar el Tesoro que alguien nos ha escondido y cuyo mapa es una hoja con nada más que una equis en alguno de sus bordes. Lo que yo creo es que tal vez en nosotros se encuentren tesoros ajenos y que nosotros mismos somos mapas que otros descifrarán en algún momento.


Desde lo alto diviso mi puerto y le pido a timbrazos al Capitán que vire un poco a estribor y aviente por un instante el ancla para que me pueda bajar. Aunque siempre hay riesgos de tiburones, el desembarco debe ser rápido: éste es, después de todo, un galeón público.

A pesar de que no hay nada más seguro que tierra firme, a veces desearía seguir en el barco y navegar todas las rutas, todo el planeta, todos los siete mares, sempiternamente.

Pero, definitivamente, te extrañaría...

lunes, febrero 05, 2007

A CHOCO

Ya me estoy empezando a preocupar. Ocurre que cada que un ser cercano muere, yo no estoy. (¿Estaré en el lugar y el tiempo correcto cuando yo me muera?) ¿Es una maldición? ¿Debo estar más atento? ¿Es sólo una sucesión de casualidades?

No lo sé. Lo que sé es que mi perro murió y yo no estuve. Le creció el corazón. Y no podía irse de otra manera. Tenía un corazón tan enorme que no cupo en este mundo.

Siempre he pensado que la expresión más terrenal del amor divino, incondicional y puro habita en los ojos del perro que le toca a uno. Lo supe y lo descubrí en Choco. Trece años con nosotros. Choco, te sobrevivimos nosotros; y Chispas, el amor de tu vida, la madre de tus hijos. Te vamos a extrañar.