Suena justo.
Dicen que cuando se te muere alguien muy querido, te vale madres quién más fallezca. Alguien muy querido. Tu mamá. El perro que te acompañó en la adolescencia. Un maestro.
A mí se me murió una relación. Cinco años de viajes, de ir y venir. Y me está costando mucho trabajo sentir. Por eso resultó ser un esfuerzo grande ir ese miércoles a donar sangre a mi maestro Alejandro Rendón.
Había comido a las siete de la mañana y después de hacer mil cosas, llegué al hospital a las ocho de la noche. Por supuesto me corrieron a patadas. El ayuno es de cuatro horas mínimo y doce máximo. Voy mañana, pensé.
Pero no fui.
Jueves y viernes estuve perdido en ese cuartito oscuro de la autocompasión. Pensando que quería donar sangre sólo para verla, para tener su color exacto y poder imaginármela con lujo de detalle y autenticidad, brotando de mis manos, esparcida en el suelo de mi recámara.
El sábado desayuné a las ocho y llegué al hospital al mediodía. Y fue demasiado tarde. Primero Arrigo Coen y después Alejandro Céssar Rendón. No tuve la suerte de recibir cátedra de don Arrigo, y sólo puedo hablar de él lo que todos sabemos: el enorme hombre que fue y de cómo la Letra se rindió ante él. De su paciente andar y de la admiración que provocaba en todos nosotros.
Rendón me dolió más. Lo conocí en la primavera de 2004. Desde la clase inicial estableció los términos de la “cuartilla perfecta”. Mil setecientos noventa a mil ochocientos cincuenta caracteres, contando espacios. Puntos menos a quien se pasara. Los semestres siguientes sólo nos saludábamos con un suave hola o una sonrisa. Como alumno ingrato, callado y flojo que soy, nunca le agradecí todo lo que aprendí en su clase.
Y la oportunidad de oro se me presentó esos dos días en los que estuve demasiado ocupado pensando en soltarme y dejarme ir, cuando Rendón se aferraba.
Quizás no le iba a servir de nada. Quizás era la hora para el maestro Rendón de irse. Ahora descansa. Pero me deja aquí, lleno de vergüenza, sumido hasta el alma en el mar viscoso de los hubieras.
sábado, enero 20, 2007
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3 comentarios:
compartimos la misma sensación.
por cierto, mi nuevo sitio es :
andreibloguea.wordpress.com
No puedes culparte, es desconfiar de las horas astrosas.
El momento llega siempre sin respuesta. Los "hubiera..." son pesadillas.
TENÍAS RAZÓN, LUCÍA.
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