jueves, septiembre 10, 2009

En el metro

La ciudad bajo la lluvia se desdibuja desde el vidrio empañado. El vagón no va lleno pero tampoco sobran lugares y algunos pasajeros estamos de pie. El tren se detiene durante varios minutos en cada estación pues la tormenta arrecia. Las piernas nerviosas y temblorinas de muchos pasajeros hacen notar que el tiempo perdido no es como el de cualquier tarde. Ese día juega la selección.

Ya debe haber empezado el primer tiempo. Los vendedores ambulantes caminan hábiles entre la gente con una bocina colgada en la espalda, anunciando el nuevo disco la colección de corridos, reggaetón o éxitos del momento. También pasan los que venden chicles, cacahuates y lámparas de halógeno.

El tiempo se escurre lento, y el metro no parece tener la intención de avanzar. En medio del repiqueteo de la lluvia sobre el vagón y la música estridente, la impaciencia de algunos se deja ver: uñas mordidas, miradas al reloj, chiflidos al chofer.

De repente aborda un señor ya entrado en edad, pero no anciano. Canoso y arrugado, su sonrisa es de quien guarda un secreto. Nadie parece hacerle caso, hasta que se planta en medio del vagón y anuncia:

“Damas, caballeros, niños y niñas. Vengo a disponer un momento de su atención esta tarde lluviosa para ofrecer mis servicios. No vendo discos ni paletas. Lo que yo ofrezco” y en ese momento saca un par de audífonos y se los coloca en cada oreja, “la narración EN VIVO del importante partido de nuestra selección. Información de primera mano, damas y caballeros.”

Todos dudamos un instante, pero aquel que chiflaba es primero en ceder. “¿Cuánto? Pregunta. El señor le dice: “Diez pesos por las últimas cinco jugadas, más el resultado”. El chiflador le da la moneda correspondiente, el señor se le acerca a su oído, y le susurra durante varios segundos. El cliente sonríe y suspira, satisfecho.

Después de esto, todos solicitamos su servicio. Después de la transacción, el señor nos susurra: “Tiro de esquina. Curva cerrada. El portero no salió. Cabezazo…desviado”, hasta que termina el partido. No nos hemos dado cuenta de que el metro ha llegado a la terminal. Descendemos un poco más tranquilos, platicando unos con otros sobre tal o cual jugada y armando todo el partido con lo que el vendedor nos vendió a cada quien.

Llego a mi casa con la intención de ver los gloriosos goles, pero no encuentro en ningún canal alguna mención. Sólo entonces mi mujer me dice: "¿No sabes? Suspendieron el partido por lluvia".