jueves, abril 30, 2009

El dictado

Esta es la verdad:

Quienes mueren y no van ni al cielo ni al infierno, cumplen determinada cantidad de tiempo en lo que hasta hace poco se conocía como Purgatorio.

En él, las almas deben purificarse en preparación para conocer la Gloria de Dios. ¿Cómo se purifican? Dios les encomienda una sola tarea.

Los espíritus en entrenamiento deben regresar a la Tierra y escribir toda palabra dicha. Desde el inicio de los tiempos.

No importa el idioma, la religión, el volumen o la banalidad de lo dicho: Dios lo quiere archivado. Las almas lo traducen en su Libreta Santa automáticamente al latín, o a veces en arameo. Cuando un hombre muere, éste se enfrenta a su propio discurso, de toda su vida, y si hay algo pecaminoso –una blasfemia no confesada es suficiente-, ingresa automáticamente al Purgatorio, para hacer lo que le hicieron. Así ha sido y será, por los siglos de los siglos.

Todo lo que el hombre ha dicho desde que sabe hablar, está escrito en algún lugar por él mismo, desde que sabe escribir. El contenido total de internet es ridículo comparado, por ejemplo, con lo que un alma en standby capturó en una campaña política.

Para no crear ninguna sospecha, Dios  leyó en una libreta, alrededor del siglo I, la frase “Verba Volant, scripta manent”. Las palabras se las lleva el viento. La propagó en todo el mundo para fomentar el chacoteo, que quedará asentado en actas divinas.

En tiempos recientes, durante la realización de un exorcismo un obispo del Vaticano se enteró de este secreto celestial por la indiscreción del alma que acababa de liberar. Después de una reunión con la alta jerarquía católica, el Papa decidió anular el Purgatorio. Quién sabe qué se habrá dicho en nombre de Dios, para tomar esa decisión.

Pero no sirvió para nada. Las palabras sí, todas, se las lleva el viento, pero a un lugar.

Lo más interesante de esto es que los espíritus capturistas a veces reciclan libretas o leen en voz alta, aún en la Tierra, lo que han escrito, para corregir cualquier error. Es entonces cuando de repente le llegan a uno ideas o pensamientos muy interesantes. No es la musa: es simplemente la idea de alguien más, traspapelada. Por tal motivo, puedo afirmar con seguridad, que yo no acabo de escribir esto.