jueves, diciembre 31, 2009

Para finalizar, unas palabras de Paul Auster


Estas palabras las tengo que tomar en cuenta para 2010. Es un qué-hacer y un qué-no-hacer para quien quiere dedicarse a eso de la escribida. Es algo que he hecho mal todos estos años y espero cambiar de una vez y por todas.


Feliz año a mis lectores, regulares y ocasionales.


If your only motive is to be loved, to ingratiate yourself with the crowd, you’re bound to fall into bad habits, and eventually the public will grow tired of you. You have to keep testing yourself, pushing your talent as hard as you can. You do it for yourself, but in the end it’s this struggle to do better that most endears you to your fans. That’s the paradox. People begin to sense that you’re out there taking risks for them. They’re allowed to share in the mystery, to participate in whatever nameless thing is driving you to do it, and once that happens, you’re no longer just a performer, you’re on your way to becoming a star.


Paul Auster, Mr Vertigo

lunes, diciembre 21, 2009

Política Ficción

Como casi todo en la vida del Dr. Carstens, aquel trágico evento comenzó con un antojo.


La centenaria madre del empresario Zamarripa Tirado Montes Urales había por fin cedido ante el peso del tiempo, y toda la cúpula financiera en el poder se había dado cita en la agencia Gayosso de Félix Cuevas, a pesar de la molesta construcción de la línea 12 del metro sobre aquella avenida.

El funeral era el quién-es-quién de la élite. Se había improvisado una sala funeraria VIP, en donde el gabinete del Ejecutivo y los empresarios con cuentas bancarias de más de doce dígitos podían rezar rosarios junto al Licenciado Zamarripa Tirado Montes Urales.

Uno de esos dolientes sobresalía visiblemente por su corpulencia, además de una sonrisa nada sutil que se negaba a abandonar su rostro. Existía una explicación lógica: el Senado había ratificado pocas horas atrás al Dr. Carstens como nuevo gobernador del Banco de México. Además del empresario Zamarripa Tirado Montes Urales, era él quien recibía más saludos y abrazos.

Dieron las ocho de la noche y el velorio seguía. La regordeta nariz del Dr. Carstens percibió un olor que excitó de inmediato a sus papilas gustativas. Era un olor casi imperceptible, muy débil. Para llegar a aquellas fosas nasales debió haber cruzado un par de cuadras y el muro de polvo y ruido de la construcción del metro. Pero aún así, el Dr. Carstens reconoció el olor: “Don Polo”, pensó. “Chorizo, jamón y queso de puerco”.

Desde ese momento no pudo pensar en otra cosa. Su voluminoso vientre comenzó a rugir. Su frente manaba sudor frío. Tamborileaba sobre cualquier superficie los dedos de sus manos. Consideró muy seriamente mandar traer una torta con algún guardaespaldas. ¿Pero no se vería mal? ¿No le había “recomendado” el presidente no comer en ningún acto público debido a su obesa figura, y a los malditos fotógrafos acechantes de una exquisita metáfora gráfica?

Las razones tenían mucho peso, pero se aligeraban con el paso de los minutos. Al aroma de charcutería se había incorporado el olor de una milanesa frita. Y no sobra comentar que en los dos últimos días de cabildeo intenso, el Dr. Carstens apenas había tenido la oportunidad de probar bocado.

“Voy al sanitario”, dijo acomodándose los lentes, gesto que amigos y enemigos le reconocían cuando no era completamente honesto. Pero en esta ocasión nadie lo había escuchado, pues el señor Zamarripa Tirado Montes Urales había comenzado a sollozar.

En lugar de dirigirse al baño, el Dr. Carstens se apresuró hacia la salida. Faltaban diez minutos para las nueve de la noche, y para que Don Polo dejara de dar servicio. Afuera, los guardaespaldas convivían con los constructores que llegaban a cubrir el turno nocturno. Ya se había incluso organizado un pequeño partido de futbol sobre la calle destruida. Los guardaespaldas habían tendido sus sacos Milano en un cable que en la construcción habían colgado muy bajo por alguna razón.

El Dr. Carstens miró la hora (faltaban ocho minutos) y se apresuró a cruzar la construcción. Incluso atravesó por donde había una cinta que decía “no pasar”. Pero quiso el viento soplar con fuerza y quiso uno de los sacos desprenderse y como un hombre invisible flotante, abrazar la cabeza del Dr. Carstens. El hombre dio un traspié y cayó, con aquel pedazo barato de tela, como un Juan Escutia con sobrepeso, en una zanja de diez metros de profundidad. Murió al instante.

Pasó el tiempo. Ríos de tinta se dedicaron a la muerte del efímero gobernador del Banco de México y el dueño del saco asesino recibió su merecido. La construcción siguió y año y medio después por ahí pasaba un flamante metro.

Pero nadie se quería subir a esa línea. Porque el alma del Dr. Carstens no estaba en paz a la hora de su muerte, y se paseaba por andenes y vagones muy descaradamente. Existían cientos de videos en línea del fantasma asustando a los usuarios. Su broma favorita era hacer su boca tan grande como el túnel del metro y abrirla como si se lo estuviera comiendo.

Las más molestas eran las autoridades del Distrito Federal. Habían invertido miles de millones en la construcción de aquella línea, que permanecía vacía hasta en las horas pico. Para invitar al Dr. Carstens a descansar en paz, el jefe de gobierno invitó a sacerdotes, chamanes, brujos, gurús…y nada. Hasta sacaron de la cárcel a Francisca Zetina para ver si ella lo convencía. Pero nada. El alma del Dr. Carstens se negaba a irse.

Era tan grave la situación que Estados Unidos mandó un ultimátum a México: o arreglaba el asunto del fantasma, o retiraba todo apoyo, préstamo y acuerdo comercial. Eso de los fantasmas era algo anti cristiano, aunque sería una buena película. En 2012 la promesa de campaña de todos los candidatos a la presidencia era: “Conseguiré el descanso del Dr. Carstens”.

Un amigo suyo dio la idea: “Desde niño Carstens no descansaba hasta saciar su antojo.” Y después de muchas investigaciones, se llegó a la conclusión de que el Dr. había salido de la funeraria por una torta de chorizo, jamón y queso de puerco. Y como nadie sabía con cuánta cantidad de comida había que satisfacer a un fantasma, un Día de Muertos el gobierno llenó un altar en el lugar de la muerte del Dr. Carstens. Tenía cuatro metros de alto de puras tortas, sólo para él. Incluso el pueblo, en un acto espontáneo, llevó sus tortitas para el eterno descanso del Dr.

A la mañana siguiente las tortas habían desaparecido. No quedaba migaja. Tampoco había señal del fantasma. Pero sobre las vías del metro fluía un río de mocos. La explicación se dio casi de inmediato: el fantasma se había contagiado del virus H1N1. “Alguno de los fantasmas de los cerdos con los que se prepararon las tortas habrá contagiado al fantasma del Dr.”, dedujeron los expertos.

Después de limpiar, sanitizar, desinfectar y pasteurizar por completo la línea 12 del metro, todo volvió a la normalidad y el pueblo pudo utilizarlo. Estados Unidos retiró la amenaza y en las elecciones ganó el partido oficial. El empresario Zamarripa Tirado Montes Urales había hecho millones con su nuevo producto: “Compre moco del Dr. Carstens y ponga a la fortuna de su lado”. Y lo más normal de todo era que una vez más, el futuro del país había dependido de un cerdo de engorda. O mejor dicho, de su fantasma.



© Pablo Mata Olay

martes, diciembre 08, 2009

martes, diciembre 01, 2009

miércoles, noviembre 18, 2009

Jaime Alfonso Sandoval, el Twitter y yo

La historia de mi vida ha afectado las decisiones que tomo en esta etapa adulta de tomar decisiones.

Las peores broncas han sido, de unos años para acá, resultado de problemas no resueltos con mi padre.

Quienes me conocen bien, ya saben a cuáles broncas me refiero. La primera la omitiré; la segunda, la explicaré brevemente.

Resulta que me quejé visceral y amargamente de un reconocido profesor que impartía un taller literario, en un lugar y momentos indebidos. Ya se habló, ya lo asumí, ya ni modo.

Creí que nada bueno traería esta…”constante” mía de molestar a las figuras masculinas de poder. Hasta que llegó Jaime Alfonso Sandoval.

En la FILIJ del año pasado la editorial SM anunciaba en su cartel la firma de libros de Jaime Alfonso Sandoval, para mí el master de la literatura infantil en México. Llegué puntual a la cita, así como varios fans. Los minutos pasaron y pasaron, y Jaime Alfonso nunca llegó.

En ese entonces Twitter era una novedad para mí. Llegué a mi casa, prendí la compu y descargué mi ira contra él.

Días después, un tal jaimealfonsos me contestó en mi timeline. No le presté mucha atención, hasta que me di cuenta de que esa cuenta de Twitter sí era real.

Por mail quedamos en mejores términos (hasta le pedí trabajo), y el asunto se olvidó.

Hasta que llegó la FILIJ de este año. Ahora Norma era la que anunciaba su presencia —como presentador de un libro de Victor Ronquillo, no para firmar libros—.

Asistí tímidamente a la presentación, con Liz. Y sí, ahí estaba por fin, Jaime Alfonso en persona, el mismísimo @jaimealfonsos.

Cuando terminó la presentación, me acerqué a él, y le dije: “Este…yo soy el del Twitter”. Jaime Alfonso levantó las cejas, sonrió y exclamó: “¡por fin, después de un año!”.

Sé que tengo que cambiar esta conducta, y sí, es El Tema con mi psicoanalista en estos días. Pero este autógrafo, en uno de mis libros favoritos, tiene ya una historia detrás que voy a contar hasta cuando sea viejo.

miércoles, octubre 21, 2009

Este sábado

Seguro me encontraré con casi todos los de mi chamba.

martes, octubre 20, 2009

martes, octubre 06, 2009

Fui

a Cancún. Fue un fin de semana de comida y de nubes. A continuación, el menú.



lunes, septiembre 28, 2009

Fragmentos de un cuento que no meteré a concurso mejor lo posteo

― I ―
La ola de calor era cada día más insoportable, por lo que al entrar a la Oficina de Secreciones no me extrañó que ésa fuera la más concurrida en todo el edificio del Departamento de Permutas Sensoriales. La variedad de sentidos revueltos e intercambiados habían provocado que no se permitiera el aire acondicionado en ese piso, por lo que el sol de las tres de la tarde pegaba más duro en la hacinada oficina.

Tomé una ficha y me senté en uno de los últimos bancos disponibles. Duros, de plástico, resbalosos. Como no había aire acondicionado, el gobierno se había asegurado de que los trabajadores del Departamento intercambiaran, antes de ingresar al sistema burocrático, el flujo de sudor por exceso de sangre que cada mes era obligatorio donar para la guerra.

La espera se escurría larga y pegajosa. La Oficina funcionaba generalmente como una ventanilla de quejas por malfuncionamientos, errores de cálculo o, ya de plano, arrepentimiento. Aquí y allá escuchaba los quejidos de hombres embarazados, mujeres llorando orina, ancianos cubiertos de cabello y otras curiosidades. Pero era evidente, por la feroz canícula, que la mayoría estaba ahí para controlar su sudor.

―Número sesenta ―se oyó por una bocina. Mi turno era el trescientos veintiocho. No sobraba ninguna revista y yo no había llevado nada para leer, escuchar, sentir, oler o probar que me entretuviera, lo que me hacía presa fácil para los conversadores. No pasó mucho rato para que me abordaran dos hombres.

― ¿Y tú por qué estás aquí? ― No me dejaron contestar, comenzaron a platicar juntos.

― Yo quiero dejar de cagar, me tardo mucho y el baño está muy cerca del cubículo de mi jefa. Se oye todo. No sé por qué otra cosa lo vaya a cambiar, a ver qué opciones me dan. ¿Y tú?

― Yo vine a que me regresen mi olfato. Lo cambié porque estaba harto de oler pedos ajenos. En vez de olerlos escogí verlos. Pero no me dijeron que vería todos. Hasta los que se echan en la tele. Es muy desagradable.

Dejé de poner atención. Yo no estaba ahí para dejar de sudar –o mejor dicho, para cambiar mi sudor por alguna otra secreción: lágrimas, saliva, orina…-, ni para intentar hacer agradable un fluido corporal, sino para hacer un intercambio más complicado: dejar de sentir. Dejar de sufrir.

― II ―
Era casi medianoche cuando anunciaron mi turno. La Oficina estaba semivacía y el silencio adormilado de todos sólo se interrumpía por una joven a quien cada vez que eructaba, le salían versos de Sor Juana. Entré al consultorio justo cuando comenzaba a recitar por tercera vez Hombres Necios.

El doctor no estaba solo. Lo supe por los susurros detrás de la cortina colocada en medio del pequeño despacho.

―En un momento estoy con usted, siéntese por favor ―el doctor se asomó y regresó a su conversación privada y secreta, que por supuesto me provocó interés.

Por debajo de la cortina veía las pantuflas médicas del doctor, y unas botas pesadas. Era un militar. Agucé el oído, y el dedo meñique de una permuta de hacía tiempo.

―No, mi Coronel ―decía el doctor― no le puedo ofrecer más ayuda que ésta. No crea que es muy agradable estar donando sangre todos los días. ¿No sabe el daño que le hace uno a su cuerpo?

―Claro que lo sé ―respondió el aparentemente militar de alto rango― Si nosotros desarrollamos esta oficina. Usted no tendría trabajo si no fuera por aquella Iniciativa de Investigación Corporal. Estaría en el frente de batalla. ¿Le hubiera gustado?
Después de unos segundos, el doctor contestó:

―Mi lugar es aquí, Coronel. Y si me permite, está por sonar el toque de queda y quiero terminar con este paciente.

―Pero… ―quiso replicar el Coronel.

―Le repito que no puedo ayudarle. No voy a colaborar en ninguna estrategia para hacer inmunes a los soldados. Sí, podemos controlar los sentidos. Pero no la vida.

―Todavía no ―acotó el Coronel― ¿le molesta si me quedo en su última consulta? Ya sabe, como una evaluación de rutina.

―Para nada ―contestó el doctor. A mí sí me molestaba, pero ninguno de los dos pidió mi opinión.

El Coronel se sentó en un rincón y el doctor detrás de su escritorio. Lo observé: estaba fresco como una lechuga, pero con un color de piel no muy saludable.

―¿Qué desea cambiar? ―me preguntó. Yo, sin dudar, respondí:

―No quiero que me duela ―y de repente, comencé a llorar. El doctor parecía estar acostumbrado a tales exabruptos.

―Mire joven, aquí somos científicos, no brujos de Catemaco. Lo más que puedo hacer por usted es quitarle el gen de la cruda. Tiene un costo de 20 mil puntos de su tarjetón. ¿Qué dice? ―por fortuna me pude controlar y contesté:


Seguir leyendo...

jueves, septiembre 17, 2009

Nuevo diseño



Con el perdón de Maurice Sendak.


¿Opiniones?








.

jueves, septiembre 10, 2009

En el metro

La ciudad bajo la lluvia se desdibuja desde el vidrio empañado. El vagón no va lleno pero tampoco sobran lugares y algunos pasajeros estamos de pie. El tren se detiene durante varios minutos en cada estación pues la tormenta arrecia. Las piernas nerviosas y temblorinas de muchos pasajeros hacen notar que el tiempo perdido no es como el de cualquier tarde. Ese día juega la selección.

Ya debe haber empezado el primer tiempo. Los vendedores ambulantes caminan hábiles entre la gente con una bocina colgada en la espalda, anunciando el nuevo disco la colección de corridos, reggaetón o éxitos del momento. También pasan los que venden chicles, cacahuates y lámparas de halógeno.

El tiempo se escurre lento, y el metro no parece tener la intención de avanzar. En medio del repiqueteo de la lluvia sobre el vagón y la música estridente, la impaciencia de algunos se deja ver: uñas mordidas, miradas al reloj, chiflidos al chofer.

De repente aborda un señor ya entrado en edad, pero no anciano. Canoso y arrugado, su sonrisa es de quien guarda un secreto. Nadie parece hacerle caso, hasta que se planta en medio del vagón y anuncia:

“Damas, caballeros, niños y niñas. Vengo a disponer un momento de su atención esta tarde lluviosa para ofrecer mis servicios. No vendo discos ni paletas. Lo que yo ofrezco” y en ese momento saca un par de audífonos y se los coloca en cada oreja, “la narración EN VIVO del importante partido de nuestra selección. Información de primera mano, damas y caballeros.”

Todos dudamos un instante, pero aquel que chiflaba es primero en ceder. “¿Cuánto? Pregunta. El señor le dice: “Diez pesos por las últimas cinco jugadas, más el resultado”. El chiflador le da la moneda correspondiente, el señor se le acerca a su oído, y le susurra durante varios segundos. El cliente sonríe y suspira, satisfecho.

Después de esto, todos solicitamos su servicio. Después de la transacción, el señor nos susurra: “Tiro de esquina. Curva cerrada. El portero no salió. Cabezazo…desviado”, hasta que termina el partido. No nos hemos dado cuenta de que el metro ha llegado a la terminal. Descendemos un poco más tranquilos, platicando unos con otros sobre tal o cual jugada y armando todo el partido con lo que el vendedor nos vendió a cada quien.

Llego a mi casa con la intención de ver los gloriosos goles, pero no encuentro en ningún canal alguna mención. Sólo entonces mi mujer me dice: "¿No sabes? Suspendieron el partido por lluvia".

lunes, agosto 31, 2009

Sobre Synecdoche, New York

Y de repente soy un actor que representa a Charlie Kaufman que me representa a mí y a todos los que decimos escribir.

Y de repente estoy ahí, inflando El Proyecto, La Novela, Mi Proyecto-de-vida, que crece aquí adentro y crece y crece pero afuera es un páramo.

Y ya no estoy en el cine viendo la película ni en la película mirando de frente a Philip Seymour Hoffman que se parece a Capote, debe serlo porque está casado con la Maxine de John Malkovich que también es Harper Lee. Pero entonces ¿quién soy? ¿El que se parece a Larry David o la mamá –que ya debe ser abuela- de Winona Manos de Tijera?

Ya sé: soy el actor sobreactuado y el escritor sobrescrito que tira un chingo de netas cuando se disfraza de sacerdote en un funeral de sí mismo, que al parecer es una simple re-re-re-representación.

Y se encienden las luces y soy yo mismo de nuevo, Eve a mi lado y muchas preguntas y reproches nuevos adentro de mí. Espero contestar a todas.



domingo, agosto 09, 2009

viernes, julio 31, 2009

Conversación con la psicóloga

Pispiration: “Oye M, entre que dormía, soñaba y me despertaba me llegó una pregunta. Supón que tú, M, sueñas. Y que en tu sueño, te das cuenta de que sueñas. Y entonces comienzas a interpretar tu sueño: ‘esto representa tal cosa; esto simboliza tal otra’. Entonces, tu interpretación dentro del sueño, pues también es algo que se puede interpretar como parte del sueño. Y esa interpretación, la interpretas. Y así, se vuelve como una espiral…¿no?”

M: “Sí, pero debes saber que el análisis de un sueño se basa más en los sentimientos a los que te remite cada imagen. Todo es interpretable, pero es mucho más que un juego mental.”

P: “Ah.”

lunes, julio 27, 2009

Veintisiete en veintisiete










Hoy veintisiete de julio el autor de este blog cumple veintisiete años.








.

jueves, julio 23, 2009

Fragmentos de un cuento que no postearé mejor lo meto a concurso

La ola de calor se estaba poniendo cada día peor, y la Oficina de Secreciones era la más concurrida dentro del edificio del Departamento de Permutas Sensoriales.

Tomé una ficha y me senté en uno de los últimos bancos disponibles. Duros, de plástico, resbalosos. No había aire acondicionado ni ventiladores porque los trabajadores del Departamento debían cambiar su sudor por exceso de sangre que cada mes era obligatorio donar para la guerra.

La espera se escurría larga y pegajosa. Me abordaron dos hombres. “¿Y tú por qué estás aquí?” No me dejaron contestar, comenzaron a platicar juntos. “Yo quiero dejar de cagar, me tardo mucho y el baño está muy cerca de la oficina. Se oye todo. No sé por qué lo voy a cambiar, a ver qué opciones me dan.” “Yo vine a que me regresen mi olfato. Lo cambié porque estaba harto de oler pedos ajenos. En vez de olerlos escogí verlos. Pero no me dijeron que vería todos. Hasta los que se echan en la tele. Es muy desagradable.”

Dejé de poner atención. Yo no estaba ahí para dejar de sudar –o mejor dicho, para cambiar mi sudor por alguna otra secreción: lágrimas, saliva, orina…-, sino para hacer otro intercambio: dejar de sentir. Dejar de sufrir.

jueves, julio 09, 2009

martes, junio 30, 2009

martes, junio 23, 2009

Cuando no tengas tiempo para postear


postea posts de otras páginas.

Keep Walking

(del concurso mensual de la página de Alberto Chimal)

Un buen día a la Tierra le salieron patas. De día pisaba las nubes y por las noches saltaba de estrella en estrella. Era muy feliz corriendo sobre su propio eje, burlándose de los demás planetas que sólo giraban, aburridas bolas de gases.

Pero he aquí que llegó el hombre, y el hombre también tenía patas. Y uno de ellos, en su trabajo diario, cayó distraído sobre una roca y perdió sus piernas.

Lloró el hombre su mala fortuna, hasta que un día un astrólogo le dijo que podía ayudarlo. Que sabía dónde encontrar piernas nuevas. Musculosas y resistentes. “¿Cuál es el precio?” le preguntó. Y el astrólogo le dijo: “Tendrás que caminar siempre, día y noche sin descansar.” El hombre aceptó.

Mediante cálculos con sextantes y telescopios, el astrólogo ubicó las piernas de la Tierra, y con el hombre sin piernas atado a una tabla con ruedas, persiguió a la Tierra a través de sí misma. La Tierra se espantó: nunca nadie la había perseguido. Corrió mucho más rápido y los días se acortaron y las mareas se encresparon.

Fue en una persecución por una playa cuando una ola confundida derribó las piernas de la Tierra, y el astrólogo le dio alcance. “¡Rápido!” le dijo al hombre. “¡Póntelas!” Y aquél hombre se las puso, y caminó feliz por primera vez en mucho tiempo. El astrólogo tuvo que correr para acompañar su paso. “Antes de morir,” le advirtió “deberás heredar tus piernas, que no envejecerán jamás, a otro desafortunado que haya perdido sus piernas. Promételo.” Y antes de perderse en el horizonte, ese hombre aceptó. “Sí, lo prometo.”

Desde entonces las piernas de la Tierra las lleva un hombre anónimo, responsable él de hacer girar el mundo. Así como las recibió, así se librará de ellas. Y la Tierra, que no olvida ni perdona, provoca accidentes, tiembla, se estremece, para ver si alguno de los hombres que caen es el portador de sus piernas. Y nuestro fin, cuenta el astrólogo, llegará cuando el hombre deje de caminar, la fuerza de mares y continentes choquen en ausencia del movimiento actual, todos sus habitantes sufran mutilaciones, y la Tierra recupere su andar.

miércoles, junio 17, 2009

lunes, junio 15, 2009

Sábado

Este sábado hice dos cosas a primera vista cotidianas y mundanas:

Por la mañana fui a ver UP y en la noche fui al concierto de Café Tacvba.

Pero si le rasco un poco más profundamente, sé que ese fue un día muy importante para mí.

Desde hace un rato me siento perdido y con dudas sobre muchísimas cosas, pero estos eventos del sábado me ayudaron a ver más claramente.

UP me dijo que las dudas nunca se acaban y que mientras tanto uno hace su vida.

Y el concierto me dijo que hay tantísima gente parecida a mí. Que mi camino está alineado por el de muchos otros; y se cruzan y tienen puentes y hacen un ovillo palpitante, anudado a veces en momentos como el concierto, cuando Rubén o cualquier persona desde fuera nos hace ver el camino recorrido y el tiempo transcurrido.

Hace poco mi madre me dijo casi histérica que no entendía por qué yo me quería quedar en la ciudad. Y yo le contesté con calma:

“Cada vez escucho más la voz de mi generación. Y yo quiero estar ahí.”

Y me dejó en paz. No sé si soné pretencioso y egoísta y la verdad no sé si eso es lo que quiero. Tal vez nunca he superado ni superaré mis ganas enfermas de sentir que pertenezco a algo.

Pero por primera vez siento que si volteo a ver, no lo he hecho tan mal. La pertenencia es mi Cascada Paraíso. Debo relajarme, escuchar, no sentir que todo es personal, como si no hubieran habido otras cincuenta y cinco mil personas con sus propios problemas cantando Las Flores al mismo tiempo que yo.


martes, junio 02, 2009

Fui

Fuí a Chihuahua.











Y me encantó.

Más fotos AQUÍ.