viernes, diciembre 05, 2008

Alquimia

Penúltimo ejercicio del Taller de cuento fantástico impartido por Ricardo Bernal y Doris Camarena. La obligación era usar cinco frases a fuerzas.


“Acúsome Padre de jugar a ser Dios.¿Por qué? ¿Qué es querer ser Dios sino romper la regla de lo establecido?

“Seguramente le gusta a Usted comer. A mí también, sé de especias y de vinos, soy todo un sibarita. Pero quise ir más allá.

“El hombre inventó el método porque está seguro de las reacciones de tal o cual elemento. Y el método que yo quise alterar fueron las recetas de cocina.

“Porque si la receta dice asar la cebolla, ésta se hará caramelo; si dice calentar el agua, es porque sabe que hervirá. Y yo quise transgredir eso.

“Tomé todo mis conocimientos como chef, abandoné el restaurante y me puse a estudiar alquimia. Mi esposa, Usted la conoce, tuvo que trabajar dos turnos. Seguramente ya le confesó del doctorcito. No me importa, yo busco un lugar en la historia.

“Después de varios meses, lo logré. Añadía dosis aleatorias de goma, dejaba reposar los ingredientes junto a un reproductor que tocaba a Mahler, entrené a perros y changos a cocinar. Y la leche dejó de cortarse, y el arroz no se cocía, y los huevos no se pudrían.

“Era diciembre. Quería experimentar mis conocimientos en seres humanos. Cada año mi mujer me obligaba a prepararle a su mamá un banquete llamado ‘Feliz Cumpleaños, querida Suegra’ y hacerle un pastel de tejocote. Pero unos días antes me había enterado de su aventura, y acúsome Padre de ser rencoroso y de urdir una venganza.

“’No hay de tejocote, hay de chabacano’ le dije a mi esposa el mero día. Ella no sospechó nada. A la fiesta llegaron veinte niñitos, cien adultos, y cincuenta ancianos. Se me había olvidado lo grande que era la familia. Después de felicitarme por el banquete, pasamos al postre. Todos me extendieron su plato para que les sirviera, pero dije: ‘que lo pruebe primero mi mujer’.

“La familia accedió, hasta la suegra. Le di una generosa rebanada. Ella lo probó y le encantó. Cuando los demás se disponían a comer su parte, en el estómago de mi mujer la rebanada cobró vida. Se empezó a comer las entrañas de mi mujer hasta que creció y creció, y mi mujer ya no era ella sino una enorme rebanada de pastel. Pasará el tiempo y nunca se echará a perder.

“Bien puede decirse que ella podría sobrevivir como pastel, ¿no, Padre? Pero lo hice tan delicioso que quise compartir mi creación y por eso la he traído hoy a la cena de Navidad que organiza la parroquia. No se preocupe, Padre. El pastel estaba un poco reseco, así que le eché tantita agua bendita. ¿No gusta?”