lunes, noviembre 24, 2008

La expropiación del silencio

Tiene ya dos semanas y dos días que Lucía se fue de la casa y yo me he encontrado en un mar de silencio.

Pero no sólo la ausencia de ruidos cotidianos que extraño horrores, sino también silencios más profundos, como el de las paredes desnudas, donde sólo se ven los agujeros de clavos que ya no están. O como el de la ciudad, que no sé si interpretarlo como un gesto masivo solidario en el que las calles sordas se unen a mi duelo; o como la fiera que acecha silenciosa esperando darme el golpe definitivo.

Con su silencio la ciudad me grita que me falta algo. Aquí y allá veo los lugares frecuentados por Lucía y yo, lugares que me recuerdan una tarde, un capítulo, o toda la relación. Intento desviar la mirada pero más allá hay otro lugar. Procuro taparme los oídos y los ojos pero el silencio de adentro es más pesado aún y entonces me detengo, me paralizo, invadido por tanto mutis.

Mi amiga Ira, a quien en varios sentidos le debo la vida, me recomendó insistir. Visitar aquellos lugares hasta hacerlos míos de nuevo. Hacer nuevos recuerdos. Por lo pronto ya acomodé diferente la sala del departamento.

Queda una duda. Una de las tantas que han destrozado mi sueño: Si logro hacerme de nuevo de esos lugares… ¿qué me queda de Lucía? No quiero perder un lazo más, no puedo imaginarme una ciudad, una vida sin ella.