jueves, octubre 16, 2008

Ejercicio 1, taller de cuento fantástico


En el taller de Ricardo Bernal y Doris Camarena dejaron de tarea hacer un texto de una cuartilla que incluyera diez palabras obligatorias. No digo cuáles para que la atención de los (tres) lectores
que tiene este blog caiga en donde yo quiero que caiga, jojojo.

El texto que entregué está menos trabajado que este, y me hicieron observaciones atinadas sobre el final. No le había puesto título pero creo que puede llamarse...





Comala


Llegamos a la ciudad que tenía más pinta de pueblo por direcciones del libro de turismo. Yo nunca había depositado tanta confianza en algo así pero ella insistió. “Tú, al contrario del resto del mundo, si lo ves impreso le restas veracidad.” Yo pude haberle contestado que ella actuaba igual en otros aspectos, pero no me atreví, pues había organizado el viaje sólo para ella, para que me volviera a ver con ojos de amor. Después de la cirugía no llegaba a reconocerme.

Era domingo, era hora de la merienda. Acababa de llover y el sol apartaba perezosamente las nubes negras de su lugar. El calor era tan húmedo que el arco iris se derritió un instante después de aparecer. La búsqueda del único hotel recomendado en la guía tardó el doble porque las calles estaban desiertas, sin nadie que diera razón. Mi mochila me parecía un saco lleno de piedras. Yo llevaba el equipaje de los dos: la cirugía a ella apenas le había permitido viajar.

El encargado apareció quince minutos después de que nosotros tocamos el timbre de la recepción. Proyectamos estar un par de noches para llegar al mar máximo el lunes. Él me ignoraba completamente, estaba muy ocupado mirando con morbo la gasa de mi amada. Fijó una tarifa, barata por cierto. El cuarto era enorme, con dos camas, techos altos y ventanas a una calle muy bonita, con adoquín y farolas negras.

Salimos en la noche y nos sorprendió el hormiguero de gente que era la plaza principal. Al parecer era la fiesta de algún santo, pues había puestos de feria y juegos pirotécnicos. Todos, incluso los niños, se veían eufóricos, quizá demasiado. Ella se midió con el alcohol, pero yo dejé de contar en la octava cerveza. Recordamos con risas que nos habíamos conocido en una fiesta parecida, y que nuestros mejores momentos siempre fueron los festivos. Su mirada no era de amor, era más de nostalgia. En la madrugada me quedé dormido sobre un caballo de carrusel.

Entre sueños sentí la brisa de la mañana y la prisa de los pueblerinos por regresar a sus casas. La luz del sol me deslumbró como guillotina y no supe más hasta la hora de la merienda, cuando fui al hotel a buscar a mi amada. Nadie abrió la puerta así que doblé la esquina.

Ella me miraba desde la ventana. Un hilo de sangre corría detrás de su oreja. Se le habrán reventado los puntos. Sus ojos estaban llenos de amor y no pude más que llenarme de alegría, la misma que comenzaba a escuchar en las calles del pueblo. Mientras corría al carnaval, me prometí escribir a la guía para agradecerles la recomendación.