martes, septiembre 25, 2007

Hartografía


Lo bueno de trabajar de corrector de estilo freelance es que puedo hacerlo en mi casa. Si lo deseo, puedo desvelarme mirando infomerciales y despertar a la hora de la comida.

Una de esas tardes, salí de mi departamento a tomar los sagrados alimentos. Entré a la fonda donde más o menos me conocían. La señora, dueña del negocio, no podía atenderme por estar en la cocina. Su hijo comenzó a colocar los cubiertos frente a mí. Olía rancio, como a trapo sudado. Se lo hice notar con un gesto de mi nariz, pero él no me dijo más que “¿Qué va a querer?”

Su actitud me ofendió un poco así que le seguí el juego. “¿No me vas a dar la carta?” le pregunté, aunque ambos sabíamos que siempre pedía consomé y carne asada. Él sacó una hoja de papel de su ajado mandil y me la dio a leer. Mi labor profesional me hizo notar una falta de ortografía. “Hey”, le dije al mesero de viciado olor, “tienes una falta de ortografía. Se escribe ‘sopa de setas’ con ese, no ‘de zetas’ con zeta.”.

El mesero prácticamente me arrebató la hoja, la leyó, y me miró. Yo le devolví una mirada que pudiera entenderse ambiguamente como “eres un ignorante” y como “ya, ya: puede pasarle a cualquiera” “No. Está bien”, me contestó

“¿Cómo que está bien?” le pregunté, ya un poco alterado. Siempre tomo esa actitud cuando sé que tengo la razón. La certeza de ver a la contraparte inclinar la cabeza me calienta los ánimos. Me levanté y le dije: “Soy corrector de estilo y ortografía, amigo. Una seta es un hongo, de nombre científico Calocybe gambosa, del reino fungi, que crece en lugares húmedos y es comestible.”

“Yo soy cocinero y te digo que el menú está bien, amigo.” Me contestó. Yo regresé corriendo a mi casa por una enciclopedia. La llevé de inmediato a la fonda, pero el mesero no estaba ahí. “Ahorita viene”, me dijo su mamá, con una sonrisita.

Esperé unos veinte minutos. Pasaba las hojas de la enciclopedia, veía a los demás clientes llegar, comer e irse y moría de hambre. Pero no me iba a ir sin ese triunfo ortográfico. “Aquí tiene”, escuché detrás de mí y enseguida vi que el mesero me servía una sopa de letras. Pero no había más letras que la letra zeta. “Su sopa de zetas”, me dijo con una sorna que me quitó el apetito.

Jamás volví a la fonda, por motivos de higiene.