domingo, junio 03, 2007

Era. Es.


Era un desierto hermoso. Sus dunas se desplazaban con lentitud ante los ojos pacientes del mortal, y los tibios atardeceres pintaban de lila sus arenas. Los lugareños, religiosamente admirados, le llamaban La Desierta.

Comenzaron a llegar turistas, cámaras de televisión. Durante los atardeceres, a La Desierta llegaba más y más gente. Cientos, miles de visitantes ansiosos del calor aterciopelado y la brisa rosácea que se percibían en la breve puesta del sol.

Los turistas, insatisfechos por lo efímero del goce y obligados a regresar a la ciudad, decidieron llenar botellas de plástico con la arena clara de La Desierta. Las dunas se extinguieron rápidamente y sólo quedó la piedra. Los lugareños dejaron de serlo y se fueron a sitios lejanos para sobrevivir. Los últimos visitantes detestaron el lugar: hacía un calor insoportable y el paisaje era desolador. Era un desierto horrendo.

De la piedra nació un arbusto y del arbusto una flor. Los insectos la multiplicaron y en un día o mil años –nadie lo sabe- el bosque frondoso era todo poder.

Comenzaron a llegar turistas.
Ya subí a mi Space de Msn la séptima parte de las fotos de mi viaje a Perú y Colombia. Corresponde a mi regreso. Primero a Cuzco, después a Lima.