lunes, enero 29, 2007

LAS ESTRELLAS

Las estrellas pasan la noche
Divirtiendo a la luna:
Le cuentan chistes y le hacen cosquillas fugaces.
Y la luna se pone tan contenta
Que ella misma es una sonrisa.

Las estrellas son soles chiquitos
Que puedo tapar con la punta de mis dedos
Son granos de sal cósmica
De un mar sin luz ni peces ni nada
Sólo las estrellas permanecen,
Saladas y brillosas.

Las estrellas tienen frío,
Titilan temblores blancos
Y pasan la noche en espera del hermano sol
Y su aliento acolchonado.

Las estrellas tienen miedo
Tan solas, rodeadas de sombra
Titilan temblores negros
Y esperan ver en el sol
Algún reflejo de sus rayos

O tal vez yo quiero que las estrellas
Sientan lo mismo que yo
Para invitarlas conmigo
Debajo de mis sábanas
Y quedarnos dormidos todos juntos
Hasta tener brillo propio
¿No será que yo tengo
estrellas adentro de mí?

sábado, enero 20, 2007

Suena justo.

Dicen que cuando se te muere alguien muy querido, te vale madres quién más fallezca. Alguien muy querido. Tu mamá. El perro que te acompañó en la adolescencia. Un maestro.

A mí se me murió una relación. Cinco años de viajes, de ir y venir. Y me está costando mucho trabajo sentir. Por eso resultó ser un esfuerzo grande ir ese miércoles a donar sangre a mi maestro Alejandro Rendón.

Había comido a las siete de la mañana y después de hacer mil cosas, llegué al hospital a las ocho de la noche. Por supuesto me corrieron a patadas. El ayuno es de cuatro horas mínimo y doce máximo. Voy mañana, pensé.

Pero no fui.

Jueves y viernes estuve perdido en ese cuartito oscuro de la autocompasión. Pensando que quería donar sangre sólo para verla, para tener su color exacto y poder imaginármela con lujo de detalle y autenticidad, brotando de mis manos, esparcida en el suelo de mi recámara.

El sábado desayuné a las ocho y llegué al hospital al mediodía. Y fue demasiado tarde. Primero Arrigo Coen y después Alejandro Céssar Rendón. No tuve la suerte de recibir cátedra de don Arrigo, y sólo puedo hablar de él lo que todos sabemos: el enorme hombre que fue y de cómo la Letra se rindió ante él. De su paciente andar y de la admiración que provocaba en todos nosotros.

Rendón me dolió más. Lo conocí en la primavera de 2004. Desde la clase inicial estableció los términos de la “cuartilla perfecta”. Mil setecientos noventa a mil ochocientos cincuenta caracteres, contando espacios. Puntos menos a quien se pasara. Los semestres siguientes sólo nos saludábamos con un suave hola o una sonrisa. Como alumno ingrato, callado y flojo que soy, nunca le agradecí todo lo que aprendí en su clase.

Y la oportunidad de oro se me presentó esos dos días en los que estuve demasiado ocupado pensando en soltarme y dejarme ir, cuando Rendón se aferraba.

Quizás no le iba a servir de nada. Quizás era la hora para el maestro Rendón de irse. Ahora descansa. Pero me deja aquí, lleno de vergüenza, sumido hasta el alma en el mar viscoso de los hubieras.

jueves, enero 11, 2007

NOTICIAS.

Comienzo el año con un viejo texto y con una invitación de GINA HALLIWELL a su página.

ESTA ES SU PÁGINA

AQUI ESTÁ MI POST PREVIO PERO EN SU SITIO

ESTA ES MI SECCIÓN

Feliz año a mis selectísimos pero queridos lectores.

jueves, enero 04, 2007

Viejo texto para este nuevo año
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"Carta" (México, noviembre de 2001)
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Cuando me pediste que fuera a los manantiales de los Alpes y te llevara un vasito de agua hasta tu cama, yo te la llevé con un resfriado polar y te pregunté por qué querías el agua sólo de allá. Tú me contestaste: “Es que, obviamente, tú nunca has tenido sed real.”

Cuando me dijiste que te encantaban los cachorros de tigre, yo te conseguí uno, con una venda cubriéndome medio cuerpo a causa de un rasguño casi mortal, y te pregunté por qué los preferías sobre todos los demás animales. Tú me respondiste: “Es que, obviamente, tú no has encontrado tu lado astro-espiritual.”

Cuando te llamé por teléfono, te descubrí llorando y me rogaste que fuera contigo porque me necesitabas. Y yo dejé todo, incluso aquella entrevista para la beca, por estar junto a ti. Te abracé y consolé, preguntándote qué razón te había hecho llorar, tú me contestaste: “Es que, obviamente, tú nunca has sentido la verdadera tristeza.”

Cuando me pediste con toda la coquetería del planeta que te diera un ramo de estrellas, yo me desvelaba noches enteras intentándoselas robar a la Noche en algún descuido, y cuando te ofrecí el ramo, tú me dijiste que ya no lo querías. Yo te pregunté por qué no. Me contestaste: “Es que, obviamente, tú nunca vas a comprender a las mujeres.”

Cuando comenzaste a caminar hacia el Oriente, te topaste conmigo. Yo no te pregunté nada, pero tú me pediste que lo hiciera: "¿A dónde vas?" Tú respondiste: “Voy al fin del mundo...ven, acompáñame”. Y yo te obedecí sin cuestionar nada, pero a ti se te antojó decirme: “Es que obviamente tú no me conoces.”

Cuando finalmente, a los dos siglos de caminar, viste mi sombra perdida entre el atardecer, siguiéndote en silencio, notaste mi existencia, y extrañada, diste la vuelta y me preguntaste: “¿Por qué has estado haciendo todo esto por mí?” Yo, empapado de desilusión, te dije: “Obviamente, nunca has estado enamorada”.


No cambié de rumbo, sin embargo.